Aviso al lector: esto no es una historia sobre cómo encontramos chimpancés, sino la historia de Wandou (Mamadou Foula Diallo de nacimiento), un hombre excepcional, trabajador incansable, miembro del equipo del Instituto Jane Goodall en Senegal.
Wandou arrastra sus largas piernas entre el colchón de hojas de bambú en el que se ha convertido el bosque de Ségou durante la época seca. Lleva cuatro años trabajando de asistente de campo para el Instituto Jane Goodall (IJG), pero toda la vida paseándose por los caminos, ríos, montañas y vertientes que rodean este pequeño pueblecito de Senegal. Alto, delgado y con una tierna sonrisa algo torcida, Wandou es un gran experto en rastrear chimpancés. Salir con él a campo es siempre un placer, y cualquiera que lo haya hecho podrá constatarlo.
Llevamos unos cuantos días saliendo sin encontrar chimpancés. Hemos caminado por todas las zonas donde hay frutos, pero parece que han decidido irse más lejos. Un poco a ciegas, Wandou propone alejarnos y coger el curso de un río por el que casi no baja agua. En otras épocas es una zona muy frecuentada por los chimpancés, así que quizás se han ido hacia allí.
Durante aproximadamente tres horas caminaremos bajo el sol sin apenas parar. Suficiente tiempo como para que Wandou, entre susurros para no molestar a los habitantes del bosque, me cuente su historia.
Fue bautizado como Mamadou Foula Diallo, pero todo el mundo le llama Wandou. Le pregunto a qué es debido, ya que wandou es el nombre en pular, el idioma local, para el mono verde (wandou bale). Con una mezcla de pular y francés, idioma que habla muy escasamente, me cuenta que su madre tuvo varios abortos antes de que él naciera. Es habitual, en estas situaciones, que en cuanto nace un hijo sano lo lleven al bosque y lo dejen solo durante una noche. Si por la mañana está vivo, se le augura al bebé una larga vida y se lo bautiza con el nombre de algún animal del bosque.
Me explica Wandou que, igual que su madre tuvo nueve hijos (cuenta los que no nacieron), él luego también ha tenido nueve con Fatou, la mujer con la que lleva casado desde los 18 años.
Mientras caminamos por el río, Wandou me señala unas huellas sobre la tierra que me habrían pasado totalmente desapercibidas. Me informa que se trata de huellas de chimpancé, que son bastante recientes y que se dirigen hacia la misma dirección que nosotros. Ya en este punto, para que no me haga ilusiones, me informa también de que no son huellas lo suficientemente frescas como para que veamos hoy a los chimpancés. Sin embargo, me hace pensar que quizás hoy no hemos salido tan a ciegas a campo.
A Wandou le casaron muy joven porque sus padres murieron. Así que le buscaron una mujer para que pudiese formar su propia familia. De pequeño no se había dedicado a nada más que trabajar los campos de cultivo. No fue nunca a la escuela más que para aprender alfabetización ni aprendió ningún oficio. En algún momento de su vida consiguió un fusil y empezó a salir al bosque a cazar pequeños mamíferos para llevar a casa. Y pasó años aprendiendo a conocer el bosque, a ser discreto, a escuchar los animales, el viento y las hojas. Su experiencia y sus conocimientos del bosque los aprendió completamente por su cuenta.
El río seco que seguíamos se ha ido estrechando poco a poco. El bosque que lo rodea ha ido deviniendo cada vez más verde y hemos ido encontrando algunos puntos de agua. En una zona de temperatura más agradable, Wandou me empieza a enseñar una gran cantidad de trazos de un grupo de chimpancés, probablemente grande, y probablemente el mismo que dejó las huellas, que pasó hace un par de días por el río: restos de comida y heces.
Mientras me explica qué diferencias hay entre un fruto comido por un babuino y un chimpancé, escuchamos un sonido parecido a un ronquido. Wandou duda un segundo para terminar adivinando que se trata de una vaca. Cinco metros más adelante la encontramos, frágil, tumbada en el suelo como quien espera que llegue la muerte.
A sabiendas de la importancia que tienen las vacas en esta región de Senegal, Wandou empieza a investigar qué le habrá pasado al animal, que empieza a ser comido por una gran cantidad de moscas. Se trata de la vaca de alguien, seguramente del pueblo de Badiari, justo encima de la montaña. Parece que le había quedado una pata atrapada con su propia cuerda. Wandou la corta y empieza a tirar de los grandes cuernos de la bestia moribunda. La mira con ternura y lástima. Parece mentira que hace unos años este hombre se dedicara a cazar.
Desde que empezó a trabajar para el Instituto Jane Goodall, Wandou no ha vuelto a tocar un fusil. Ha pasado de caminar por el bosque buscando comida a desarrollar auténtica pasión por los chimpancés y trabajar para un proyecto de conservación del bosque.
Dejamos a la vaca atrás, que no ha querido levantarse a pesar de los esfuerzos de Wandou. Nos hemos dado por vencidos. Tenemos que continuar para que no se nos haga tarde. Llevamos ya varias horas en el bosque cuando llegamos finalmente al nacimiento del río que veníamos recorriendo. Casi sin fuerzas nos sentamos cada uno en una piedra rodeados de pequeños hilos de agua fresca que serpentean entre las rocas. Nos queda un rato para llegar a casa y mis piernas empiezan a fallar.
En un intento de empatizar conmigo, que en estos momentos estoy completamente derrotada y sin fuerzas, ya a unos 30 metros de la entrada de Ségou, Wandou me mira y me dice:
– Me duelen un poco las piernas…