>> La tala de bosques para la explotación de campos de cultivo supone un grave peligro para la supervivencia de los chimpancés de la subespecie Pan troglodytes verus
>> El Instituto Jane Goodall en Senegal estudia cómo reforestar los terrenos agrícolas abandonados
La jornada de trabajo empieza muy temprano para ganar unas horas al ardiente sol africano, cuando apenas los primeros rayos iluminan el camino. Pese a ello, nos será imposible escapar del sol de mediodía que caerá rabioso sobre nuestras cabezas cuando regresemos a casa cruzando el plateau, la llanura que rodea el pueblo de Nandoumary y donde se entremezclan tres tipos de paisaje: la sabana, el bowal y la sabana arbustiva. En esta época del año, cuando ya han pasado meses desde que cayó la última lluvia, andar distancias largas por este panorama lunar puede resultar muy duro. Son muy escasos los árboles, y los pocos que hay no ofrecen grandes sombras debido a que sus pobres copas día tras día están más secas. Las herbáceas, que en otro momento pueden alcanzar más de un metro de alto llegando a proteger levemente la piel del sol, ahora están quemadas. A cambio, resulta menos engorroso el andar. La llanura del terreno tan solo la interrumpen centenares de termiteros en forma de gigantes setas dispuestos desordenadamente a lo largo de la superficie del bowal.
Acompañados por Karim Diallo, asistente de campo del Instituto Jane Goodall (IJG) en Senegal, andamos un buen rato en busca del campo de cultivo que marca el GPS. Si bien esta herramienta sirve para localizar el punto exacto donde se tiene que realizar la investigación, los conocimientos de Karim Diallo son indispensables para poder llegar al lugar. Es él quien conoce los caminos casi invisibles que hay por la zona, así que es el encargado de abrirnos paso entre la maleza cuando dejamos atrás el plateau y nos introducimos en el bosque. El sureste de Senegal es una zona de transición entre el final del Sahel y el comienzo del Mosaico forestal guineano, paisaje donde predominan los tonos verdes, más húmedo y con mayor biodiversidad, tanto de flora como de fauna.
(Bowal quemado con termiteros. Fotos IJG/Elena Serra)
A buen ritmo le sigue Marcos Recio, estudiante del Máster en Ingeniería de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) y sobre quien recae el mayor peso de la tarea de hoy. Marcos ha venido a Senegal para realizar, con la colaboración del IJG, su trabajo de final de máster. El año 2015 el IJG España y la UPM firmaron un convenio de cooperación. Desde entonces la Universidad brinda a los alumnos la oportunidad de desarrollar su proyecto de final de máster en Senegal bajo el paraguas del IJG, que ofrece temas de estudio que reviertan en la conservación de la Reserva Natural Comunitaria del Dindéfélo (RNCD), lugar donde se encuentran ejemplares de la subespecie de chimpancé Pan troglodytes verus, en peligro crítico de extinción según la Lista Roja 2016 de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Con colaboraciones como esta, y gracias a la financiación de la Fundación Bioparc, entidad creada por los zoológicos Bioparc Fuengirola y Bioparc Valencia para la contribución a la conservación, el equipo del Departamento de Sostenibilidad Agroforestal puede desarrollar el Plan Estratégico del Valle de Nandoumary 2015-2020 que, entre otros objetivos, aspira a crear infraestructuras contra el fuego, realizar estudios de regeneración de campos de cultivo y efectuar reforestaciones en esta zona de la RNCD, la más afectada por la antropización.
De hecho, preservar el hábitat de los chimpancés es una de las prioridades del IJG en Senegal, ya que la pérdida y fragmentación de hábitat y la disminución anual de alimento a causa de la actividad humana son actualmente las principales amenazas para la demografía y diversidad genética de la población de chimpancés.
Sin perder de vista este objetivo, Marcos lleva a cabo su proyecto que consiste en analizar la cubierta vegetal de los campos de cultivo abandonados que se encuentran dentro de los límites de la RNCD. La finalidad del estudio, que va cogiendo forma desde hace unos meses, es determinar qué tratamientos selvícolas tendrán que aplicarse en cada parcela en desuso para paliar los efectos negativos que producen estos espacios modificados por la acción humana sobre los corredores ecológicos de chimpancés.
Marcos se muestra entusiasmado con su trabajo actual: “Se puede ayudar a la gente que vive en la Reserva de muchísimas maneras y una de ella es fomentar el turismo”. Si se consigue aumentar la biodiversidad de la zona, se creará un mejor hábitat para el chimpancé protegiendo a esta subespecie del peligro crítico de extinción que la amenaza. Sólo preservando la naturaleza se podrán mantener los atractivos de la Reserva que hoy en día ya son una llamada al turismo y éste, a su vez, repercute en la riqueza local. “Es muy motivador saber que mi trabajo puede causar un impacto muy positivo a distintos niveles, tanto a la población de la RNCD como a los chimpancés y demás animales que la habitan”, comenta.
El abandono de los campos de cultivo
“Hemos llegado al primer campo”, me dice Marcos Recio mientras descarga en el suelo el peso de su mochila y empieza a preparar el material de trabajo. Miro a mi alrededor buscando aquel elemento que les ha servido para identificar el lugar, pero los ojos de una inexperta en campo no consiguen diferenciar este terreno del ya pisado diez metros atrás. Es una zona en pleno bosque, llena de vegetación, apartada de cualquier pueblo y en un terreno irregular. Afinando la vista, se puede identificar lo que había sido un campo de cultivo porque los árboles que han crecido allí son más pequeños que los de alrededor. Al preparar la parcela para el cultivo, el propietario tala todos los árboles y deja un área limpia de vegetación. Tan solo se salvan unos pocos: los árboles frutales, los que pueden proporcionar madera cuando sea necesaria y los que son tan grandes que resulta demasiado complicado eliminar.
“¿Cuándo vino aquí el propietario por última vez?”, pregunta el estudiante de la UPM. Karim Diallo, el asistente de campo, lleva 22 años moviéndose por estas montañas y conoce a la gente del lugar, de manera que puede apuntar con bastante precisión cuánto tiempo lleva abandonado un campo de cultivo. Cuando el propietario deja de cultivar en el terreno, la vegetación empieza a rebrotar y a regenerarse de manera natural. La lógica me lleva a pensar que cuantos más años hayan pasado desde el abandono del campo, más habrán crecido los árboles. Sin embargo, la realidad es otra, como me cuenta Marcos mientras trabaja. Hay múltiples factores que influyen en la regeneración, y el verdor que aquí me rodea es tan solo una posibilidad entre muchas.
Las vistas desde lo alto del valle de Nandoumary ofrecen un panorama totalmente diferente. Desde esta altura quedan en evidencia las parcelas peladas que destacan sobre la totalidad del paisaje como calvas en una frondosa cabellera. Al descender por la vertiente y acercarse a una de estas parcelas, cualquiera podría identificar fácilmente dónde quedaba el campo de cultivo debido a los brotes verdes que intentan reconquistar el espacio.
Pero, ¿qué lleva a alguien a abandonar un campo agrícola que produce alimento para toda una familia y más? En muchos casos la falta de previsión se convierte en el mayor problema. Con tanta superficie seca e infértil, el bosque pasa a ser la mejor opción para cultivar. Sin embargo, después de unas pocas temporadas de recolecta, el esfuerzo que supone el mantenimiento de un cultivo separado del hogar por largas horas y pasando por caminos difícilmente transitables no compensa. En otras ocasiones, el uso abusivo año tras año de un mismo terreno agota los nutrientes del suelo y lo vuelve infértil, por lo que se abandona y se empieza el cultivo en una nueva zona. Aquí la técnica de barbecho no se practica como norma general.
Hay que tener en cuenta que los peul, la etnia mayoritaria en esta zona del Senegal, fueron el pueblo nómada más grande de África. En lo que hoy en día es el territorio de la RNCD, hace tan solo tres generaciones que los peul empezaron a construir sus hogares. Dindéfélo, por ejemplo, el pueblo donde se encuentra la Estación Biológica Futa Jallon del IJG en Senegal, cuenta con 96 años de existencia. Resulta imprescindible pues, recordar el pasado de este pueblo tradicionalmente dedicado a la ganadería trashumante, ya que en muchos casos explica su comportamiento cultural actual.
Así, en la Reserva van apareciendo a lo largo del tiempo nuevas zonas deforestadas que al cabo de unos pocos años dejan de ser útiles para la población, mientras que a nivel ecológico han supuesto una gran pérdida de biodiversidad. De todas estas zonas, Marcos ha analizado 70 campos de cultivo abandonados. Sin embargo, aún quedan muchos rincones de la Reserva por analizar.
Paliar los daños de la actividad humana
“Ahora vamos a marcar el perímetro de trabajo”, me cuenta Antares Bermejo mientras mide una parcela circular de 20 metros de radio. Antares es ingeniero forestal y lleva tres años trabajando para el IJG en Senegal. Él es cotutor de Marcos en Senegal, juntamente con Roberto Martínez, responsable del Departamento de Sostenibilidad Agroforestal del IJG en Senegal, y sigue de cerca la evolución del proyecto acompañándole en cada salida de campo. De hecho, Marcos y Antares trabajan codo con codo para el buen progreso del proyecto, a su vez tutorizado desde España por Carlos Calderón Guerrero, Doctor Ingeniero de Montes de la UPM.
A continuación, empiezan la meticulosa tarea de identificar todos y cada uno de los árboles que se encuentran dentro del círculo y de clasificarlos según su diámetro y altura en función de los criterios que estableció la Universidad de Huelva en el año 2015 para realizar el inventario forestal de la RNCD. Este análisis permite conocer qué especies se han regenerado de manera natural en la parcela y recabar datos sobre el estado en que se encuentra la flora, expuesta a múltiples amenazas como la presencia de ganado, el fuego y las continuas talas. Con todo ello, se puede saber qué vegetación falta para conseguir una biodiversidad acorde con la supervivencia de los chimpancés y demás fauna de la zona para posteriormente establecer los tratamientos selvícolas pertinentes.
(Tomando medidas en un campo de cultivo abandonado. Fotos: IJG/Elena Serra)
Después del trabajo de campo, y partiendo de un estudio previo del IJG en Senegal en colaboración con la UPM con el que se identificaron los corredores ecológicos de chimpancés, Marcos y Antares seleccionarán los terrenos agrícolas analizados que coincidan con estos corredores y propondrán las medidas necesarias para hacer de esas parcelas un espacio más agradable para el Pan troglodytes verus: a través de la siembra directa y la replantación de unas especies concretas se podrá solucionar la falta de densidad de la vegetación arbórea que necesita el chimpancé para poder alimentarse y anidar, a la vez que se protegerá el suelo de la erosión que provoca el clima de la zona -la estación húmeda, por ejemplo, arrastra los nutrientes del terreno con el agua de sus constantes lluvias-. Además, con técnicas de escardado se eliminarán las herbáceas para proteger la zona del peligro del fuego. Sin embargo y pese a que proponer las soluciones para contrarrestar los problemas de la antropización cumplirá los objetivos del trabajo de final de Máster de Marcos Recio, los tratamientos selvícolas no se podrán llevar a cabo sobre el terreno a menos que se encuentre financiación para ello.
Después de repasar todos los árboles del primer campo de cultivo y de una breve pero rigurosa pausa para coger fuerzas, seguimos camino hacia el segundo. Antares y Marcos prevén analizar cuatro terrenos esta mañana. Sin embargo, en este proyecto las previsiones no siempre concluyen con el resultado esperado. De camino, nos encontramos otro cultivo abandonado que no había sido identificado previamente en antiguos trabajos del Instituto Jane Goodall. Por el momento, sumamos una parcela más al trabajo de hoy.
Equipo del IJG en Nandoumary