Leticia Poliak, antropóloga uruguaya, ha sido voluntaria el Instituto Jane Goodall (IJG) en Senegal durante 2016. Su trabajo, centrado en el departamento Socio-Económico, ha sido muy importante para las relaciones entre el IJG y la población de la Reserva Natural Comunitaria de Dindéfélo (RNCD). Éstas son sus impresiones tras su paso por el Instituto, contándonos su experiencia y su valiosa aportación al proyecto.
Existen dos tipos de tiempo: uno es el tiempo histórico, a largo plazo; el que marca el paso de generaciones y sólo los árboles con raíces más profundas y ramas más altas pueden percibir. El otro tipo de tiempo es el más tangible, el que sigue la segundera del reloj y define el instante que puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte en un encuentro depredador-presa. En zonas del planeta como la que me encuentro, ambos corren con mucha más calma que en el frenesí del mal nombrado primer mundo, pues es sabido que la historia de la humanidad empezó en África. El tiempo a largo plazo avanza muy lentamente y el paso de los años apenas es perceptible a grandes trechos. El tiempo a corto plazo está supeditado al detenimiento, a la paciencia y a los ritmos sin prisa de la gente.
Esta ha sido mi experiencia en el oeste subsahariano, en la Reserva Natural Comunitaria de Dindéfélo, situada en la silenciosa esquina sudeste de Senegal. Aquí mandan el sol y la luna, marcando el horario vital de los seres que habitan a sus pies. De no ser por la telefonía móvil, los vehículos motorizados y algún elemento más, se podría decir que la gente de estos lares vive igual que siglos atrás. Algunos de estos factores pueden parecer muy definitorios en una sociedad, pero lejos de dejarse poseer por la tecnología, los habitantes de estas regiones se mantienen distantes a ella, aunque ello sea en gran parte por motivos de inaccesibilidad económica. Sin embargo debe considerarse que la falta de necesidad real y el apego a sus tradiciones y rutinas cotidianas contribuye también a prescindir del uso de tecnología avanzada.
Mi trabajo aquí se ha basado en dar valor a todos aquellos oficios anclados en el tiempo, que viven estrechamente ligados con la tierra y cuya base es el trabajo manual. Lo tradicional y lo artesanal se juntan aquí. Algo que en muchas sociedades fue sustituido ya hace tiempo por otras formas de producción de tipo industrial y consumista, desplazando así el saber hacer local. El trabajo artesanal organiza aquí los asuntos sociales y económicos de la comunidad, es sustento y también forma de vida. Por ahora lejos de la obsolescencia, es importante destacar su carácter sostenible, dado que su elaboración es local y utiliza los elementos que provee el entorno sin perjudicarlo, dando tiempo para la regeneración.
En mi estancia en la Reserva, he estado trabajando en el Dpto. Socio-Económico del IJG en Senegal, dentro del área de Conservación. Me he dedicado a indagar acerca del impacto que el Instituto ha tenido en la vida y economía de las personas en la RNCD, he hecho una sistematización del trabajo tradicional-artesanal en los diferentes poblados de la Reserva, una investigación etnozoológica sobre el vínculo humanos y animales no humanos y hemos comenzado a elaborar una guía de etnobotánica con los compañeros del Dpto. Agro-forestal.
Durante estos meses, uno de los focos principales de mi trabajo ha consistido en un viaje por las distintas poblaciones de la RNCD con el objetivo de indagar en los procedimientos de una gran variedad de trabajos artesanales, así como también me he interesado por las vidas de sus perpetradores. Los pueblos visitados fueron: Dindéfélo, Ségou, Nandoumary, Dandé, Affia, Thiabé Karé, Boussoura, Pélél, Newdou y Badjari. He podido visitar y recorrer estos pueblos gracias a intermediarios, personas locales y compañeros del IJG en Senegal, a quien estoy muy agradecida por todo el apoyo. Mi misión primordial ha sido dar visibilidad a los procedimientos llevados a cabo por la gente y la energía que invierten en lo que en muchos casos es su única fuente de ingresos. Por nombrar algunos ejemplos, he tenido la oportunidad de ver trabajos de herrería, cestería, elaboración de aceite de karité, procesado de fonio, extracción de polvo de baobab, elaboración de hamacas, trenzado, panadería, costura, carpintería, etc. Conscientes de la importancia de mi tarea y salvo contadas excepciones, las personas entrevistadas han estado muy receptivas, solidarias y amables. En muchos casos nos invitaban a comer con ellos, oferta que tuvimos que rechazar varias veces porque otros ya se habían encargado de llenarnos el estómago previamente. Buen ejemplo de este sentimiento de colectivo y comunidad es que comen todos juntos de un mismo bol, que se comparte sabiendo de qué lugar coger sin comerse la porción de los otros. El conjunto de unidades familiares conforma estas sociedades así como fomenta la producción artesanal.
Muchos de estos artesanos realizan la actividad desde muy jóvenes y buena parte de las tareas son transmitidas de generación en generación y se reconoce a la familia o a la persona por su oficio. Pensando en seguir perpetuando estas prácticas debemos abordar el cómo se integran en el sector de la población más joven. Son actividades que requieren tiempo y esfuerzo y hoy en día la gente joven suele optar por otras opciones, como estudiar o irse a ciudades más grandes en las cuales se puede acceder a trabajos asalariados. Aún así, en algunos casos las personas a las que he entrevistado han sido jóvenes, como el caso de los modistos o el panadero, ambos llenos de orgullo y energía. Este hecho deja constancia de que la artesanía goza de buena salud, aunque debe fomentarse y protegerse para el bien de su continuidad. Además, pensando en el creciente turismo, los artesanos se pueden beneficiar vendiendo sus productos a visitantes extranjeros que a menudo se muestran maravillados por todo este tipo de productos.
La pervivencia de este tipo de oficios se ve favorecida por el hecho de que hay poblaciones bastante aisladas en los que la base socio-económica depende totalmente de ello. Elaboran, compran, venden e intercambian a nivel local en función de lo que disponen y para cubrir sus necesidades básicas, sin ansiar más lujos y logrando una vida plena y feliz en armonía con la naturaleza. El potencial y esplendor de la Pachamama está presente en todas partes, los habitantes del lugar lo saben y no lo desaprovechan pues se trata de su gran valor, su forma de desarrollo y en última instancia son también ellos mismos. Se conforma así un todo que lucha por sobrevivir y por seguir siendo como siempre ha sido: el pulso entre el progreso desmedido y el carácter casi ancestral de la artesanía, se inclina aquí en favor de la tradición, el esfuerzo y la humildad.
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